La Bandera de la Verdad
Quizá nuestros oídos están confundidos de escuchar tantas opiniones, recomendaciones, direcciones. Es probable que haya tantas voces que nos dicen que algo está bien, que nuestras mentes comienzan a creer. ¿Qué es verdad y qué no? ¿Debería creer esto o crear otro fundamento?
La cultura actual tacha a todos aquellos que no piensen igual, le llama la atención a los que no dicen que sí y le da la espalda a los que tienen un punto de vista un poco diferente. No porque todos dicen que algo está bien necesariamente es así, quizá una serie que se hizo muy popular tiene escenas inapropiadas no solo para los menores sino para cualquier edad.
Estamos expuestos todo el tiempo a las opiniones de otros, quienes durante un tiempo han maquinado esto en su mente y lo defienden sin dudar porque para ellos no hay otra verdad. Están firmes en lo que creen, “es mi vida, es mi cuerpo”, “no soy esto, soy aquello”, “acéptame tal cual soy sin reproches, sino eres insensible y rencoroso”, “soy suficiente”, y así podríamos seguir indefinidamente.
Estos manifestantes virtuales, y en ocasiones presenciales, creen apasionadamente en lo que dicen, no tienen dudas y marchan firmes ondeando su bandera con tantos colores y matices. Admiro su furor porque sea escuchada su voz, veo en sus ojos el dolor que han atravesado por las palabras dichas por otros sin temor. Creen con todas sus fuerzas en sus palabras y ya no temen a las palabras de otros sino prefieren enfrentarlas con orgullo y honor. Y por eso, es tan confuso para los que los escuchan, y comienzan a creer en lo que dicen.
¿Qué hay de nosotros? ¿Cuánta pasión mostramos al contar acerca de la verdad que profesamos? Nuestro discurso no se basa en cómo me siento, sino en algo que es mucho más profundo que un insignificante sentimiento. Firmes en la verdad, ondeamos la bandera de la libertad. Una bandera que grita acerca de la realidad que no fue escrita por mentes finitas sino por la mente que inventó la cicatrización de la piel, la fotosíntesis, la gravedad y el proceso de las abejas y la miel. Una mente eternamente más poderosa que cualquiera que exista por muy elocuentes y hermosas que sean sus palabras.
Y allí, en ese espacio seguro es que tenemos la verdad, esa verdad que nos da la libertad de creer lo que es la realidad, nuestra completa paz y seguridad. No porque seamos los más inteligentes, habilidosos, que lo sepamos todo o seamos muy importantes o exclusivos, sino por gracia. Porque se nos dijo que Él eligió a lo débil, a lo vil y despreciado (1 Cor. 1), no somos indispensables, pero Él nos ha amado, nos ha elegido y nos ha salvado.
Por eso podemos gritar y creer con libertad cuál es la verdad, y podemos amar incluso cuando otros no piensan igual, podemos enseñar incluso cuando los otros no entienden, podemos hablar con sinceridad porque no son nuestras palabras las que salen de nuestros labios sino los de nuestro Redentor, por eso podemos permanecer firmes porque no merecíamos nada y aun así todo se nos fue dado. Podemos amar, enseñar, cuidar, respetar, honrar, porque eso nos mostró Jesús, muriendo por nosotros en la cruz, viéndonos con ternura, nos recibió, no haciéndonos de menos sino abriéndonos su corazón.
«Si ustedes permanecen en Mi palabra, verdaderamente son Mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres». Juan 8:31-32