Ventanas al corazón

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Convertirnos en padres nos cambia la vida como muy pocas cosas tienen la facultad para hacerlo. Nos transforma, nos reta, nos estira.  Podemos leer libros, recibir cursos, buscar consejos y prepararnos, aun así, nos enfrentaremos a una montaña rusa de emociones que no habíamos experimentado antes.   El hecho de ser padres implica que nos adaptemos, que cambiemos para poder suplir las necesidades de nuestros hijos; parafraseando a Tim Keller, un amor que nos cambia la vida es un amor que nos saca de nuestra zona de confort y, definitivamente, esto aplica en las relaciones padres-hijos.

Al asumir el rol de padres, asumimos responsabilidades en el cuidado, formación y protección de las vidas que nos han sido encomendadas.  Estamos llamados a ser instrumentos en las manos del Señor para la formación de nuestros hijos, a guiarles y corregirles, pero también, en la rutina del día a día, hay momentos preciosos de gracia en los que las interacciones con nuestros hijos revelan cosas de nuestro corazón y carácter que necesitan redención; como espejos, nos ofrecen una mirada a nuestra profunda y continua necesidad de depender del Señor.

Muchas veces nuestras acciones están lejos de mostrar el carácter del Señor quién nos dio esta maravillosa tarea, nos preocupamos más por nuestra comodidad y lo que queremos, que por Su gloria.  Sin embargo, el Señor en su misericordia, constantemente nos ofrece estas oportunidades para recordarle a nuestro corazón olvidadizo que necesitamos todos los días correr a Él; traer delante de Él nuestra autosuficiencia y faltas con humildad, reconociendo que, como nuestros hijos, somos hijos necesitados del amor y guía de un Padre perfecto.  Nuestro carácter necesita ser redimido, moldeado, transformado en Su presencia.  El salmista lo expresó de manera hermosa en el Salmo 51:1-3, 10:

“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a lo inmenso de tu compasión, borra mis transgresiones. Lávame por completo de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis trasgresiones, y mi pecado está siempre delante de mí… Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí”.  

Ir al Señor en nuestra necesidad nos permite descansar en su gracia que nos sostiene, renueva y capacita. Sabernos hijos necesitados nos permite ser vulnerables delante de nuestros hijos, pedir perdón cuando es necesario y modelar cómo ellos también pueden correr al Señor.  Nos brinda una preciosa oportunidad de afirmar a nuestro corazón y al de nuestros hijos que el Señor es suficiente para cada una de nuestras necesidades, que solamente en Él tenemos esperanza y socorro.

En 2 Pedro 1:3 leemos:

“Pues su divino poder nos ha concedido todo cuanto concierne a la vida y a la piedad, mediante el verdadero conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia”.   Junto con el desafío de la paternidad el Señor nos ha todo lo que necesitamos: Él mismo, por medio del sacrificio precioso de Jesús.  Como dice Paul Tripp[1]: “Nada es más importante para una paternidad consistente, fiel, paciente, amorosa y efectiva como entender lo que Dios te ha dado en la gracia de su hijo, el Señor Jesucristo”.

Las interacciones con nuestros hijos nos darán ventanas al corazón, pidamos al Señor nos conceda un corazón humilde y agradecido para correr a sus pies, reconociendo que son muestras de su amor inagotable para cada uno de nosotros.  

[1] Libro “La crianza de los hijos: 14 principios del Evangelio que pueden cambiar radicalmente a tu familia” – Paul David Tripp.

David y Glenda Coronado

Caminamos juntos como esposos y papás de Ana Sofía y Emma. Reconocemos nuestra necesidad de la gracia de nuestro Salvador, de crecer y aprender en Él.  Anhelamos ver una generación que le conozca y ame. Ambos ingenieros con estudios en tanatología. 

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