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Su Reflejo

Foto Pexels

Una de mis temporadas favoritas es la cosecha de mangos. Aquí en El Faro, donde vivo, hay muchos árboles de mangos, este año ha habido una cosecha abundante. Cuando creemos que ya no habrán más, seguimos y seguimos cosechando. El año pasado la temporada terminó en septiembre.

Me asombra cómo un árbol puede dar y dar fruto en cantidades abundantes, el fruto está listo y cae, nada lo puede sostener porque ya está listo para que alguien lo disfrute.

Todo en la naturaleza está diseñado para dar: Los árboles, los animales, el mar, el sol, la tierra, cada cosa está programada para que otros se beneficien de ellos. Cada parte de la naturaleza muestra a un Dios exuberantemente dadivoso.

El ser humano no es la excepción. Hemos sido creados para dar. El que Dios nos haya diseñado para vivir en comunidad es una muestra. Ninguno de nosotros puede vivir solo sin necesitar de otros. Estamos interconectados por el amor, la solidaridad, la hermandad, la nacionalidad y un sin fin de cosas que nos interconectan con otros. Nos necesitamos unos a otros porque fuimos diseñados para darnos unos a otros. ¿Qué estamos llamados a dar o compartir? Lo que hemos recibido, de lo que hay en nosotros e incluso de lo que no tenemos en abundancia.

El saber que hemos sido comprados por la sangre de Cristo y que nuestras vidas han sido rescatadas, que ahora tenemos un lugar en la familia de Dios, es una razón poderosa para no callarlo, para compartirlo con otros que no lo tienen.

No podemos ver de manera indiferente que otros se están perdiendo, que alguien no encuentra su lugar en el mundo o que está pasando por situaciones difíciles y no decirle que tiene un lugar en la familia de Dios. Estamos llamados a compartir, a dar a otros el mensaje más grande de esperanza que alguien pueda escuchar. El compartir este mensaje puede ir acompañado de muchas otras cosas. Dar al que lo necesite, ropa, dinero, consuelo, tiempo, Palabra. Todas las cosas con las cuales Dios nos ha bendecido, hemos sido llamados a compartirlas. (Efesios 2:10)

Nuestro mejor ejemplo de darse por completo fue Jesús.

Filipenses 2:5-8 dice: Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.

Este es uno de los pasajes más gloriosos que podamos leer en cuanto a lo claro que tenía Jesús su misión en esta tierra: darse por completo. Si Él siendo el Rey del universo se dio por completo, yo fui llamado a ser imitador de Jesús y amar de la manera que Él lo hizo.

En esta cultura individualista, que nos enseña a que tenemos que ver y hacer todo lo que nos dé satisfacción propia, que hay que ser egoístas si es necesario para alcanza nuestra propia felicidad, Dios nos recalca una y otra vez la importancia de amar a los otros, de extendernos hacia ellos y de demostrar genuino interés en ellos.

1 Juan 4:12: “Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros.”

Ese amor lo movió a caminar muchas millas extras por cada uno de nosotros. El amor que extendemos hacia los demás se resume en servicio, intercesión, en voltear a ver la necesidad que tengo cerca, ya sea material o espiritual. Es ver más allá de nuestras cuatro paredes y empezar a ver por las ventanas. Jesús se extendió en gracia, misericordia y amor a todo aquel que llegaba a Él, era una necesidad que nacía en lo profundo de su ser.

Dane Ortlund, en su libro: Manso y Humilde, cita al puritano Sibbes:

“El Jesús que se nos presenta en los Evangelios no es simplemente uno que ama, si no el que es amor. El afecto misericordioso fluye desde Su corazón como los rayos del sol”.(pp.29)

Irradiemos el amor desbordante de Cristo en cada oportunidad que se nos presente y que nuestro clamor sea QUE TODOS PUEDAN VER EN NOSOTROS SU REFLEJO.