Nuestra única satisfacción
Sed. Todos hemos experimentado alguna vez esa sensación de resequedad en la boca, tal vez en un día caluroso o después de una rutina de ejercicio. Solamente con el hecho de saber o pensar que no podemos tomar agua, mental y automáticamente nos produce más sed y solo podemos pensar en que deseamos saciarla. La palabra “Sed” aparece en la Biblia alrededor de 50 veces y se relaciona con: la sed física, del alma, provisión espiritual del Señor, de la Palabra, de justicia o de agua de vida. [1]
La mujer samaritana
Una de las mujeres que tuvo un encuentro especial con Jesús fue: la mujer samaritana (Juan 4:1-39). Su sed física la llevó a buscar agua en el pozo de Jacob, pero su pecado la llevó a ir al medio día, donde no había nadie más que la pudiera juzgar. Lo que ella no sabía era que Dios la había movido a ir a esa hora, porque -sin merecerlo- Él, intencionalmente se quería encontrar con ella. Es increíble cómo se describe en Juan 4:4 que Jesús tenía que pasar por Samaria y esto nos recuerda precisamente que es Dios quien siempre toma la iniciativa de buscarnos y tener un encuentro con nosotros.
Al hablar con la mujer samaritana, Jesús le pidió 2 cosas :
Primero, Jesús le dijo: “Dame de beber” y ella respondió impresionada: «¿Cómo es que Tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». (Porque los judíos no tienen tratos con los samaritanos). (v.9) La mujer samaritana no estaba acostumbrada a este buen trato. Pero Jesús era un hombre que no la veía por quien era ella en el exterior, sino por su corazón.
En ese momento: Jesús le respondió: «Si tú conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú le habrías pedido a Él, y Él te hubiera dado agua viva». (v.10)
Sin embargo, ella no entendía cómo Él le podía dar agua si ni siquiera tenía cómo sacarla del pozo. Esta mujer no podía creer que existiera algo diferente al agua física que ella conocía, que solo produciría una satisfacción momentánea (al igual que su pecado).
Luego, ella le pidió a Jesús de esta agua verdadera, para lo cual Jesús le pidió la segunda cosa: “Ve, llama a tu marido y ven acá” (v.16). Jesús quería que ella confesara su pecado, y su profunda insatisfacción. El pecado ciega y ella no lo pudo ver hasta que Jesús expuso la sed de su corazón: «No tengo marido», respondió la mujer. Jesús le dijo*: «Bien has dicho: “No tengo marido”, porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad». (v.17). Jesús le dijo la verdad que ella necesitaba escuchar. Como dice Damaris Carbaugh en su libro “Adiós a Mí” en el capítulo de “La Sed de la Samaritana”:
“La samaritana creyó y dejó su sed natural en el pozo.”
Cristo es suficiente
Todos buscamos satisfacción como la mujer samaritana. Puede ser que queremos encontrarla en las personas, en cosas materiales, en la salud, en lo que hacemos, en la organización o grupo al que pertenecemos, en redes sociales, en reconocimiento, en alguna ideología, etc. Sin embargo, en última instancia el problema es, como se describe en Romanos 1, que nuestra naturaleza tiende al mal y a desviarnos a adorar lo creado antes que al Creador. Todas estas cosas solo son “cisternas rotas”, que satisfacen por un leve momento. Como dice en Jeremías 2:13, -en donde Dios está llamando a su pueblo a volverse a Él- el único que nos puede satisfacer por completo y para siempre es Él mismo.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios” (Juan 3:16-21)
Dios - por su amor, paciencia y misericordia - nos busca y nos llama para mostrarnos que, sólo en saber ‘quién es Él y quiénes somos nosotros’, podemos encontrar todo lo que necesitamos. Debemos entender que solo al reconocer que nuestro mayor problema es el pecado y que el Único que puede resolverlo es Cristo y su obra en la cruz tendremos verdadera satisfacción. Por lo que, la satisfacción también está directamente relacionada en donde esté nuestra identidad. Esta identidad debe estar en Dios, el Único que puede iluminar nuestras tinieblas y que es fuente de agua de vida eterna.
“Oh Dios, Tú eres mi Dios; te buscaré con afán. Mi alma tiene sed de Ti, mi carne te anhela Cual tierra seca y árida donde no hay agua. Así te contemplaba en el santuario, Para ver Tu poder y Tu gloria. Porque Tu misericordia es mejor que la vida, Mis labios te alabarán. Así te bendeciré mientras viva, En Tu nombre alzaré mis manos. Como con médula y grasa está saciada mi alma; Y con labios jubilosos te alaba mi boca” (Salmos 63:1-5)
Pidámosle a Dios que nos examine a diario para que nos muestre qué es lo que más amamos y en dónde está nuestra plenitud y que, por medio de Su Palabra, podamos recordar que sólo en Él encontraremos satisfacción… Esa satisfacción como de un “suculento banquete”, como describe el Salmo 63. Y así podamos cumplir su diseño, compartiendo a otros lo que por gracia hemos recibido, tal cómo lo hizo la mujer samaritana en los versículos 29-30: “«Vengan, vean a un hombre que me ha dicho todo lo que yo he hecho. ¿No será este el Cristo?». Y salieron de la ciudad y fueron adonde Él estaba.”
[1] Índice de tópicos, Nueva Biblia de Las Américas.