Mi Última Carta
A finales de mayo 2020, como cada día, con aquellas muy cortas llamadas que teníamos (no te gustaba mucho hablar por teléfono), me hablaste, pero con un tono débil, desanimado.
Generalmente te ponías de muy mal humor cuando estabas enfermo, era como que te dijeras -me molesta sentirme tan mal-. Y bueno, efectivamente, te pregunté cómo estabas y me dijiste, “hoy sí me siento mal”.
En Guatemala, para mayo del 2020, nos encontrábamos en una etapa de fuerte incertidumbre, restricciones, sospechas, temores. Aún no estaba autorizado que los centros médicos privados trataran abiertamente COVID y las pruebas estaban un tanto restringidas. Mi corazón palpitó rápido, solo creo que te dije “no se preocupe padre, ahora hablo con Roger (mi esposo) y vamos a su casa”.
No sabía qué hacer, pero sentí una puñalada en el corazón. Hablé con mi esposo, él se protegió como pudo, por temor a contagio, y fue por ti. Te sacó de la casa, te llevó a un sanatorio privado, estuviste interno, y aunque tus síntomas eran parecidos al COVID 19, no tenías problemas respiratorios.
El 6 de junio saliste del centro médico, viniste a casa, delgado, cansado y muy débil, pero justo al poner el primer pie en casa, le hiciste una broma a tus nietos “ya llegó el cumpleañero”… o algo así, fue justo tu fecha de cumpleaños, estabas tan desmejorado, pero subiste a recostarte y de la risa, los nenes casi no notaron que estabas malito.
Empecé a sentir algo en el corazón, una espantosa agonía que eran los últimos tiempos juntos, lloraba a escondidas y mi alma se angustiaba todo el día, oraba, pero no sabía qué pedir, no sabía qué decir, solo presentaba mi alma angustiada.
Empeoraste, tuvimos que internarte en el hospital público y a los pocos días recibí la fría y temida llamada.
Extrañar desde el corazón.
Recientemente cumpliste un año de haber partido.
Extraño tu risa, tu breve llamada, tus delgadas y un tanto toscas manos.
Extraño tu peinado que desde que tengo memoria era el mismo, extraño tus pañuelos de tela que cargabas y tu pequeño peine en el bolso, ¡ah! y efectivo por cualquier cosa.
Extraño tu consejo, tus perspectivas políticas, económicas, sociales, esas miradas tan evolucionadas que tenías.
Extraño tu mirada que parecía gritar con orgullo que eras mi papá y que yo era tu hija. Siempre vi ese orgullo en tus ojos y me hacía sentir tan, hija.
Más que una esperanza, una convicción.
“Tu bondad me calma, y me sana el alma tu amor”, así dice la canción de Marcos Vidal y me encanta, siento como perfumado y sutil bálsamo en el corazón.
Estoy convencida que Dios me regaló la dicha de ser tu hija, y tengo hermosas memorias que me dan una pequeña muestra de la extensión de mi Padre Dios, quien me regaló la dicha de probar este hermoso e imperfecto amor terrenal.
Así que mi esperanza de volver a verte se apoya en la convicción que hay un amor supremo que nos cubre y no se limita a este tiempo o a este espacio.
Para quienes en este tiempo han perdido a un ser amado, hay esperanza de ese AMOR inagotable que nos cubre y un día, ¡estaremos juntos!
“Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre” (Sal 76:23, NTV).