La paternidad de Dios hace la diferencia
(Adaptado del libro: “¿Cómo Amarme y Amar a los Demás?”)
Ninguno de nosotros vive en una familia perfecta, por esta razón, debemos pararnos con firmeza para cortar la herencia de dolor que ha afectado a nuestra familia en el pasado y encontrarnos con la paternidad de Dios.
Dios promete acompañarnos, aunque nuestro padre y nuestra madre nos abandonen.
“Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me recibirá en sus brazos.” (Salmo 27: 10NVI)
Job, en medio de su dolor, descubrió que había una maravillosa verdad que cambió su perspectiva de la vida y lo hizo entender que siempre fue amado por Dios. Porque en medio de cualquier circunstancia, su amor paternal nos sostiene.
“Fuiste tú quien me vistió de carne y piel, quien me tejió con huesos y tendones. Me diste vida, me favoreciste con tu amor, y tus cuidados me han infundido aliento.” (Job 10:11-12 NVI)
En medio del dolor, la decepción, la angustia y las preguntas que son difíciles de responder, lo único que nos queda es dejarnos amar por Dios y permitirle a Él envolvernos en Su amor. Es ahí cuando experimentamos sanidad en nuestras emociones y nos levantamos de nuevo para no repetir la historia de quienes nos han herido o abandonado.
Cuando nos dejamos amar por Dios, descubrimos que Él tiene planes maravillosos con nosotros, que han sido escritos desde la eternidad y nuestra misión es descifrarlos y vivir en ellos. Como lo describe el Salmo 139:
“Tú creaste las delicadas partes internas de mi cuerpo y me entretejiste en el vientre de mi madre. 14 ¡Gracias por hacerme tan maravillosamente complejo! Tu fino trabajo es maravilloso, lo sé muy bien. 15 Tú me observabas mientras iba cobrando forma en secreto, mientras se entretejían mis partes en la oscuridad de la matriz. 16 Me viste antes de que naciera. Cada día de mi vida estaba registrado en tu libro. Cada momento fue diseñado antes de que un solo día pasara. 17 Qué preciosos son tus pensamientos acerca de mí, oh Dios. ¡No se pueden enumerar! 18 Ni siquiera puedo contarlos; ¡suman más que los granos de la arena! Y cuando despierto, ¡todavía estás conmigo!” (Salmo 139: 13-18, NTV)
Todos tenemos que detenernos para dejarnos amar por Dios, porque es ahí donde nuestra vida adquiere sentido y descubrimos el propósito por el cual hemos sido creados. Mientras no nos dejemos amar por Dios, vamos a reclamarle por los sufrimientos vividos. En cambio, si confiamos en la paternidad de Dios, sabremos que todo lo que hemos experimentado, por más fuerte y doloroso que parezca, tiene un sentido y una razón de ser.
Posiblemente Moisés muchas veces pensó que Dios se había olvidado de él mientras cuidaba las ovejas de su suegro en el desierto. Pero lo que Dios estaba haciendo era entrenar al líder que mañana dirigiría a Su pueblo. Éxodo 3 nos describe a un Moisés humilde, temeroso de Dios y deseoso de hacer lo correcto.
Posiblemente José, cuando sus hermanos lo venden como esclavo, pensó que Dios se había olvidado de los sueños que le dio cuando solo tenía 17 años y era el hijo favorito de su padre, según lo narra Génesis 37. Mientras tanto, Dios entretejía la historia, y en el momento oportuno José estaría en el lugar correcto y con la actitud correcta. Porque José guardó su corazón, perdonó a sus hermanos, y confió en Dios, es así como termina convirtiéndose en el gobernador de Egipto tal y como lo describe Génesis 41. Nada de esto sería posible, si José no hubiera experimentado el amor paternal de Dios en los momentos difíciles.
La historia se escribe en el secreto de Dios y sólo la conoceremos en tanto dejemos que él nos ame, nos guíe, sane las heridas del corazón, nos entrene a través del sufrimiento y se revele a nuestra vida. Nada en nuestra historia sobra, y Dios no se ha demorado en el cumplimiento de lo prometido. Toda circunstancia pule nuestro carácter y nos acerca al abrazo paternal de Dios.