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Dios y la enfermedad

Todos hemos experimentado estar enfermos, puede ser que algunos antes que otros, pero solo es cuestión de tiempo para que nos enfrentemos a la enfermedad. Es una parte natural de nuestro cuerpo vulnerable; incluso, a veces, desde el momento de nacer. Sin embargo a la luz del evangelio la enfermedad no solo es una experiencia dolorosa o incómoda, sino un instrumento para conocer más a Dios, porque aunque sea difícil de entenderlo, Dios usa las enfermedades para Su gloria.

1.     Dios es Soberano… y Bueno

Nuestro hijo de dos años se enfermó por primera vez cuando tenía 1 mes, y desde entonces poco a poco está siendo más consciente de lo que implica estar enfermo o que alguien de nuestra familia se enferme. Se da cuenta que es un tiempo de debilidad, en donde la rutina del día a día cambia y según su concepto, no tiene muchas ganas de jugar. Como papás le pedimos a Dios que nos ayude a que en la medida que nuestro hijo se enfrente a estas debilidades físicas podamos enseñarle Quién es el que las permite y lo sostiene. Y esto nos hace ver la importancia de conocer y recordar Quién es Dios en medio de la enfermedad. 

La enfermedad es consecuencia del mundo caído por el pecado. Sin embargo, al conocer que Dios reina y permite todo, podemos estar seguros que la enfermedad tiene un propósito eterno. Dios es Soberano y un Padre Bueno. Como padres nos dolemos cuando nuestro hijo está enfermo y aún más Dios. Él no se deleita en vernos sufrir en una enfermedad. En el primer capítulo de 1 Pedro vemos toda esta verdad, que para quienes caminamos a la luz de ser escogidos por Dios, podemos confiar que vamos a ser probados y que todo obra para nuestra salvación. 

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien según Su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, para obtener una herencia incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará, reservada en los cielos para ustedes. Mediante la fe ustedes son protegidos por el poder de Dios, para la salvación que está preparada para ser revelada en el último tiempo. En lo cual ustedes se regocijan grandemente, aunque ahora, por un poco de tiempo si es necesario, sean afligidos con diversas pruebas, para que la prueba de la fe de ustedes, más preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego, sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; a quien sin haber visto, ustedes lo aman, y a quien ahora no ven, pero creen en Él, y se regocijan grandemente con gozo inefable y lleno de gloria, obteniendo, como resultado de su fe, la salvación de sus almas.” 1 Pedro 1:3-9 NBLA

 2.     Dios persigue nuestro corazón 

Dios desea bendecirnos y que tengamos una vida abundante, pero nos ama a tal punto que para Él es más importante nuestro corazón que nuestro cuerpo, aun siendo Él nuestro creador. Y esto tiene una razón: Uno es temporal y el otro tiene un propósito eterno. En varias ocasiones en la Biblia leemos cómo Jesús al sanar enfermedades expresó que su reino no se trata de una sanidad física o temporal, sino del perdón de nuestros pecados. Así lo leemos en Mateo 9:1-8, cuando Jesús sana a un paralítico, quien seguramente se levantó animado no solo por poder caminar sino por la esperanza de haber sido perdonado. Incluso Lázaro a quién Jesús resucitó volvió a morir. Es por eso que enfrentar un diagnóstico de una enfermedad, sin la esperanza de haber recibido la mayor Misericordia en Cristo al aceptarlo como Salvador, hace toda la diferencia de en donde va a estar nuestra esperanza al caminar cada día que Dios diseña para nosotros. Porque en medio de esa debilidad física, Dios dará un diagnóstico de corazón, que revelará nuestra necesidad de Él. Y esa es una ganancia eterna, que supera el ser sanos en esta tierra y nos sostiene con esperanza aún en los días más difíciles, porque podemos confiar que todo está obrando para el bien de hacernos más como Jesús (Romanos 8:28-29). 

Y porque a la larga la enfermedad de nuestro pecado nos consume, así como lo expresaba David en Salmos 32:

“¡Cuán bienaventurado es aquel cuya transgresión es perdonada, Cuyo pecado es cubierto! ¡Cuán bienaventurado es el hombre a quien el Señor no culpa de iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay engaño! Mientras callé mi pecado, mi cuerpo se consumió Con mi gemir durante todo el día. Porque día y noche Tu mano pesaba sobre mí; Mi vitalidad se desvanecía con el calor del verano. (Selah)”Salmo 32:1-4 NBLA

 3.     Cómo Dios es glorificado en la enfermedad

Cuando el paralítico salió caminando, la multitud glorificó a Dios por el milagro que Jesús hizo (Mateo 9:7-8). En cada enfermedad que experimentemos solo podemos glorificar a Dios al rendirnos a su voluntad y aceptar nuestra debilidad; al reconocer que solo Él puede ser fuerte en nosotros y que en Su Palabra nos sostiene para recordar la Verdad de Quién es Él. También al compartir con otros el increíble consuelo que sin merecerlo recibimos de Él, porque Jesús, Quien cargó y soportó todos nuestros dolores, se puede compadecer de nosotros (Hebreos 4:16-7, Isaías, 53). Creyendo que Él es Poderoso para sanarnos, a través de la medicina o tratamientos, y que aun en aquellas enfermedades que no terminen aquí en la tierra, lo bendeciremos porque al estar con Él, estaremos sanos por completo. 

“Bendice, alma mía, al Señor, Y bendiga todo mi ser Su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, Y no olvides ninguno de Sus beneficios. Él es el que perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus enfermedades; El que rescata de la fosa tu vida, El que te corona de bondad y compasión;” Salmo 103:1-4 NBLA