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Abre las puertas de tu casa

“Dios prepara un hogar para los solitarios (…)” Salmo 68:6a

Dios en sí mismo es nuestro hogar, su corazón es el espacio más acogedor y no necesitamos nada más. Pero siendo reflejos de Él, la comunidad es algo esencial para nuestro caminar. Por eso manda justo lo que necesitamos, y aun sin saberlo, necesitamos familia extendida.

Quisiera explicar el regalo que ha sido para mi tener casas en las cuales he sido recibida con amor, me siento bienvenida y en familia. Se convierten en lugares seguros cuando tengo temporadas difíciles, en oasis cuando me siento drenada y en banquetes llenos, no de comida, sino de amor.

Las lecciones que he recibido, permaneciendo en silencio y presenciando la rutina de un hogar, me han llenado de lecciones que atesoraré para el resto de mi vida. Quizá para ellos es más cómodo no tenerme allí, no interrumpir su cena familiar con mi presencia en una de las sillas, pero deciden intencionalmente invitarme a la mesa y dejarme presenciar lo más íntimo de sus casas solo porque quieren amar bien.

Por eso hoy te quiero invitar a que tu también abras las puertas de tu casa y a alguien dejes entrar. Muestra todo, no solo lo bueno, las mejores lecciones que he tenido son en los momentos duros e incómodos. Deja entrar a lo más profundo del corazón de tu hogar para que quizá uno que otro encuentre un lugar seguro en dónde descansar.

“Nosotros amamos porque Él nos amó primero. Si alguien dice: «Yo amo a Dios», pero aborrece a su hermano, es un mentiroso. Porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto”. 1 Juan 4:19-20

Nada más puede motivarnos a amar bien a los demás que recordar lo bien recibidos que hemos sido nosotros. Aun siendo enemigos del buen Padre, Él nos deja entrar a su corazón y refugiarnos allí eternamente. Seamos un espacio seguro, un refugio, un oasis, un banquete, para algún solitario que, aunque no lo diga en voz alta o incluso no lo reconozca, lo necesita.

Muchos de mis lazos más estrechos no comparten la misma sangre que yo. Mucha de la gente que más amo no tiene mi color. Pero cada una de esas personas han sembrado en mi corazón, no para recibir algo a cambio sino para que ame más al Señor. 

Quizá quien lee esto es el que está al otro lado de la historia, tal vez no tienes familia de sangre cerca, tal vez este año perdiste a dos o tres o estás soltero y te sientes por ratos fuera de lugar, pero eso no quiere decir que estás solo y no tienes a dónde correr. 

Primero recuerda que Dios está contigo y no es solo un decir, Él es el lugar más seguro que puede existir, Él prometió no dejarte solo jamás y no hay nada más certero que su voz expresándose en las hojas de su Palabra. Y segundo, ora, pide al Señor por provisión por un lugar en donde aprender a ser comunidad de verdad. Quizá tengas que buscar, en tu iglesia podría ser un buen lugar para iniciar, sacudirte un poco la pena y acercarte a una familia que esté dispuesta a recibir, aun sin compartir apellido, a un integrante más. Que esté dispuesta a amar como fue amada y dar sin esperar.  

 Amemos, busquemos y seamos comunidad.